Fiesta Y Crucifixión En El Palacio
La jornada se presentó agradable en la villa. Pero todos en el palacio sabían que sería una jornada diferente. Esta noche, habría una ceremonia especial, dedicada al rey Flavius, emperador y señor de las tierras del Norte.
La fiesta pagana se celebraba justo antes de la cosecha, y para la ocasión tres jóvenes vírgenes eran preparadas especialmente.
Lós festejos comenzaron con la caída del sol. Los últimos rayos iluminaban las salas interiores del palacio, proyectando las sombras de las columnas sobre los tapices y al altar, prolijamente adornado con obsequios y ofrendas procedentes de diveras regiones del reino.
Flavuis era un rey exquisito. Poseía un fino talento a la hora de imaginar creativas formas de diversión. Su corte era numerosa, pero sobresalía en sus atenciones y reconocimiento Axja, una enorme germana que él había criado desde pequeña. A sus 26 años Axja ejercía el oficio de verduga. Lo ejercía de manera fría y eficiente.
Los festejos comenzaron con las danzas querubinas, frenéticas sesiones de bailarinas provenientes de lejanas regiones del imperio.
Flavius recostado cómodamente sobre almohadones, disfutaba los manjares que, sus esclavas ponían en su boca en pequeños trozos.
Pronto daría comienzo la ceremonia principal. Al sonar de las trompetas, las cortinas del amplio escenario se abrieron dando como respuesta un cerrado aplauso por parte de los invitados.
La imagen era sencillamente atroz: Tres jovenzuelas de apenas 15 años, aparecían colgando cada una de una cruz romana, sostenidas por sus sangrantes pies sobre una mínima plataforma regada en sangre.
Las tres cruces estaban orientadas de frente al rey a escasos metros, iluminadas por antorchas sobre el escenario central.
Momentos después hizo su aparición la verduga Axja, portando su vestimenta ritual: un corset de cuero ajustado, dejando al descubierto su bello y musculoso cuerpo.
Colocándose frente a su rey exclamó: “las ofrendas están listas: espero vuestras órdenes mi amo y señor”.