La hora de la verdad
Mi secretaria se llama Mia, trabaja en la Embajada en la cual estoy adscrito, vivo en Europa Oriental, las mujeres son frondosas, de mente abierta y siempre dispuestas a gozar del sexo. Eso lo sabía yo bien, disfrutaba devorando mujercitas cada viernes de disco, hubo una por ejemplo que hablaba en idioma eslavo desconocido, y que se resisitió cinco horas para dejarse follar, y lo agradeció finalmente en su idioma raro y tan sugerente para el sexo.
En fin, mi intención con la secretaria no era tirármela, que para eso ya había muchas disponibles en la calle, pero sucedió que esta amiga era alguien de armas tomar, miradas sugerentes, contoneos descarados, ya saben, todo culminó hasta que en una ocasión en que me invitó a salir terminamos en su casa y yo pensé que nos íbamos a revolcar, pero cual sería mi sorpresa y mi enojo con eso de que salió de todavía es muy pronto, no me quiero enamorar, etc, ya saben, y te lo dicen mientras se mueven como zorras y te acarian el miembro.
Total, no quiero aburrirlos, así sucedió en cinco ocasiones, hasta que dejé la situación por la paz y me propuse darle una lección sexual en el momento apropiado… este llegó en una gira de trabajo, uno de esos festivales en que todo mundo toma hasta el cansancio, yo bebí con cierta moderación pero dejé que ella se embriagara plenamente, llegado el momento la llevé a mi habitación y ahora no pudo reaccionar con todos sus sentidos y cuando se dió cuenta ya estaba desnudita sin remedio.
Arremetí con ella con toda la fuerza, frote mi miembro entre sus pechos, se la metí a la boca de manera violenta, le incrusté dos dedos en su ano y después la ensarté por ahí, la hice como quise, menuda de grandes tetas y un culo dócil, al otro día cuando se levantó apenas se despabiló ya estaba de nuevo yo encima de ella y ella gimiendo toda.
En fin , no dejé nada sin hacer, ahora ella es mi esclava sexual, y lo bueno fue que me excedí en tal forma aquella noche que ahora ella no puede reclamar nada o parecerle exagerado si alguna tarde noche en la oficina la arrodillo a servirme como rey o si se me ocurre empotrarla de repente en un escritorio o máquina copiadora.